Sócrates, conocido no solo por su talento en el fútbol, sino también por su pensamiento crítico y su compromiso social, se convirtió en una figura emblemática tanto dentro como fuera del terreno de juego. Su vida y carrera se desarrollaron en un contexto de intensa represión política en Brasil, lo que influyó notablemente en su forma de ver el mundo y su papel como atleta.
A finales de los años 70, Sócrates se unió al Corinthians, un club donde su influencia trascendió lo deportivo. Durante su tiempo allí, fue uno de los protagonistas del movimiento conocido como "Corinthians Democrático", que promovió la participación activa de los jugadores en la toma de decisiones del club, un acto de resistencia contra el autoritarismo imperante en Brasil. Este movimiento propuso diálogos directos y democráticos entre jugadores y directivos, convirtiéndose en un símbolo de lucha por la libertad y la democracia.
El juego de Sócrates se caracterizaba por su inteligencia táctica, su habilidad para distribuir el balón y su visión de juego, además de su distintivo estilo personal, que incluía llevar una larga cabellera y un bigote prominente. Se le considera uno de los mejores mediocampistas de su época, logrando destacar en la selección brasileña, con la que participó en la Copa del Mundo de 1982, un torneo recordado por su estilo de juego ofensivo y atractivo.
Sócrates también utilizó su plataforma para abordar temas políticos y sociales. Su compromiso con la democracia y los derechos humanos resonó en un tiempo en que muchos temían expresar sus opiniones. Incluso después de su carrera deportiva, continuó participando en debates públicos sobre política y salud pública, demostrando que su legado iba más allá del fútbol.
La historia de Sócrates es un recordatorio del poder del deporte para influir en la sociedad y cómo los atletas pueden convertirse en agentes de cambio. Su vida es un testimonio de que el fútbol, más que un juego, es un reflejo de la realidad social y política de un país.