Ximena Santaolalla teje la figura de Guinea con un profundo entendimiento de las complejidades emocionales que enfrenta una niña que se refugia en un jardín para escapar del horror doméstico. Al hablar de su proceso de creación, Santaolalla menciona que tenía la intención de crear un relato en el que una niña relatara su experiencia de forma auténtica, con su propia voz. A medida que avanzaba en la escritura, sintió la necesidad de incluir también una perspectiva adulta, estableciendo un diálogo entre la niñez y la adultez.
Este vínculo es fundamental para explorar cómo los eventos traumáticos de la infancia afectan la vida adulta y cómo, a pesar de las heridas, se pueden encontrar recursos y fortalezas en la experiencia pasada. La inclusión de la figura adulta en la narrativa permite a los lectores reflexionar sobre las secuelas de la violencia, la resiliencia y el camino hacia la sanación.
Santaolalla expresa su compromiso de hablar sobre la violencia hacia los infantes, un tema que considera de suma importancia dada la alarmante prevalencia de abusos en el hogar. A través de la historia de Guinea, busca visibilizar esta problemática, cuestionar las creencias erróneas sobre la seguridad en el hogar y abrir un espacio de reflexión y diálogo en torno a la prevención de estos abusos.
Al reconstruir a Guinea, Santaolalla se basa en su experiencia como psicoterapeuta de sobrevivientes de violencia, utilizando su conocimiento para dotar al personaje de una profundidad psicológica que refleje la lucha interna de aquellos que han vivido el horror en su entorno más cercano. La autora se esfuerza por dar forma a una niña de "carne y hueso", que encarna la vulnerabilidad pero también la esperanza y la búsqueda de luz en medio de la oscuridad. En este sentido, Guinea no solo se convierte en un símbolo de la infancia perdida, sino también en un ejemplo de la resistencia que muchos niños demuestran al enfrentar situaciones extremas.