La hipocresía como política migratoria

Opinión de Álvaro Junco

La hipocresía como política migratoria

Hace algunos meses Refugio cuyo nombre real se omite y su familia, conformada por su esposa, dos hijas y un hijo, salieron de El Salvador escapando de la violencia extendida en su país. En su camino desde la frontera sur de México hasta el albergue “Casa del Migrante Frontera Digna” en Piedras Negras, la familia ha sufrido cuatro secuestros a los jóvenes, y la violación, y posterior hospitalización, de una hija. Al igual que para el resto de los migrantes en nuestro país, su presente y futuro están plagados de peligros, injusticias e incertidumbre.

Historias como ésta se repiten todos los días ante autoridades y una sociedad que, en su mayoría, carecen de un mínimo de compasión y solidaridad frente a este drama humano. Desde luego, la pobreza y los abusos son circunstancias que padecen la mayoría de los mexicanos, y esto quizá contribuya a esta ceguera. Pero debemos recordar que nuestro país, gobierno y sociedad, no solían ser indiferentes ni omisos ante su responsabilidad frente a quienes salen de sus países huyendo de colapsos económicos, dictaduras y persecuciones.

Si bien los refugiados gozan, tanto en México como en todo el mundo, del Principio de No Repatriación, es difícil separar a los refugiados del universo de migrantes económicos que llegan a territorio nacional; entre otras cosas, porque los refugiados no se reconocen como tales o no son capaces de demostrar su condición de perseguidos, por lo que se les da el mismo tratamiento que a los migrantes económicos, facilitando así su deportación.

México ha tenido una larga tradición de protección a los refugiados a lo largo de su historia. En 1852, recibió a sus primeros refugiados; eran indios Kikapúes despojados de sus tierras por colonos americanos apoyados por el gobierno estadounidense. Benito Juárez, y -setenta años después- Lázaro Cárdenas, les otorgaron tierras en el estado de Coahuila -no muy lejos de donde ahora esperan Refugio y su familia papeles por parte del gobierno de México. También Cárdenas abrió, con generosidad, las puertas del país a refugiados europeos que huían del fascismo -entre ellos, la diáspora española que tanto contribuyó a la vida cultural, científica, académica y artística de nuestro país. Posteriormente, en la década de los setenta, México refrendó esta vocación al aceptar a refugiados que escapaban de los regímenes militares sudamericanos.

Este trato humanista hacia migrantes y refugiados nos colocaba en una posición ejemplar en el ámbito internacional. Y si bien no eran extraños las condiciones deplorables de campamentos de detención, ni las deportación por el INM Instituto Nacional de Migración a migrantes, ni el maltrato de la Policía Federal, nuestro sistema migratorio era reconocido, en general, por su trato humano, a pesar de encontrarse desde hace muchos años en una situación cada vez más comprometida por el aumento en los flujos migratorios desde la frontera sur.

Autoproclamado defensor de las causas progresistas, AMLO se quejó con amargura, durante su última campaña presidencial, del trato dado a los migrantes por gobiernos recientes y por el propio Donald Trump, a quien llamó “neofascista” por sus posiciones xenófobas. Se esperaba así una política más abierta y humana.

Sin embargo, y a pesar de sus promesas de campaña, en las que ofreció la bienvenida a los migrantes, el presidente ha sometido sorprendentemente al país a las políticas migratorias xenófobas de Estados Unidos, convirtiendo a México en un bastión antiinmigrante. La hipocresía y desmemoria de quien alguna vez dijera “el migrante que quiera trabajar en nuestro país va a tener apoyo y una visa de trabajo”, se ha manifestado en un acto de subordinación al presidente estadounidense, quien, en una demostración de dominio y prepotencia sobre el gobierno mexicano, amenazó con imponer aranceles de 5% en todas las importaciones si éste no controlaba el flujo de migrantes hacia Estados Unidos.

El gobierno mexicano, en una decisión que no hizo sino empequeñecer nuestra tradición de asilo, supeditó su política migratoria y de asilo a una amenaza arancelaria. El gobierno mexicano convirtió de facto el país en la policía migratoria personal de Trump y, todo el país, en su muro. La cereza del pastel de este acto humillante fue el agradecimiento público a Trump por no haber hecho declaraciones en torno al muro en su visita a la Casa Blanca. Complacido y victorioso, Trump mataba dos pájaros de un tiro: tenía su muro y el agradecimiento de quien se lo dio.

La política migratoria de México se dicta desde Washington y se fundamenta en la visión de considerar a priori a todos los migrantes como migrantes económicos, a pesar de que especialistas consideran que más de la mitad deberían ser considerados refugiados que huyen de la violencia en sus países.

El despliegue de más de 28 mil elementos de la Guardia Nacional en ambas fronteras, aunado a un reforzamiento de las actividades de control migratorio del INM -cuyo presupuesto habrá aumentado 20% entre 2019 y 2021 -han transformado la política mexicana en una definición persecutoria. El número de “eventos de extranjeros presentados ante la autoridad migratoria” aumentó en casi 40% entre 2018 y 2019, pasando de 131 mil a 182 mil. De igual manera, la “protección complementaria” ofrecida por las autoridades mexicanas condición que permitía permanecer en México ha pasado de representar 24% en 2018, a sólo 1% en 2020. Así, el gobierno mexicano ha decidido no reconocerlos como refugiados para facilitar así su deportación.

Para agravar la crisis, el gobierno abandona a las organizaciones sociales que recibían financiamiento público y también deja en el abandono a la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas, que ya no cuenta con recursos “ni para la renta”. La Comisión Nacional de los Derechos Humanos se encuentra ya plenamente subordinada al Ejecutivo.

Por eso no sorprende que el presidente, al hacer uso de la palabra ante las Naciones Unidas, evitó el tema de los refugiados y la política migratoria. Juzgó más importante hablar de la rifa del avión presidencial y cometer la enorme torpeza de contar una anécdota sobre Juárez y Mussolini.

Si AMLO en realidad tuviera algún respeto por las políticas migratorias de los presidentes que dice admirar ,como Juárez y Cárdenas, debería dar un giro de 180 grados a la política que hasta hoy ha seguido en sumisa obediencia a Donald Trump.

Mientras tanto, Refugio y su familia, al igual que miles de familias como ellos, traicionados por quien les ofreció ayuda, seguirán a la espera del trato digno que nuestra tradición e historia nos obligan a dar.



Fuente: Animal Político

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